La columna de Cine a cargo de Bahía Flores, todos los martes en Cualquiera.

jueves, 21 de abril de 2011

Un cuento chino y Los Marziano: pequeñas historias en grandes películas

Un cuento chino de Sebastián Borensztein


Roberto (Ricardo Darín) es un hombre que vive solo y se dedica a atender su ferretería, no se da mucho con nadie, se la pasa rezongando y a la única mujer que podría estar interesada en él, le responde con evasivas.
Por esas cosas de la vida, en un momento de tranquilidad en que toma una cervecita y mira pasar los aviones sentado en su sillón playero al lado del auto, un taxi frena de golpe a su altura y desde la puerta trasera sale expulsado un chino al que obviamente le han robado todo. Roberto no puede más que tratar de ayudarlo y muy a su pesar es la única persona que parece capaz hacerlo.
Algo que suele ser difícil de alcanzar sin caer en la exageración o en la obviedad es la conexión entre hechos que en una especie de relación holística hace que el principio se una con el final en una cadena que en este caso, bien podría ser fantástica de lo absurda que resulta. Y la cuestión es que algunos de los hechos más dolorosos en una vida o una historia suelen ser increíbles hasta el absurdo. Como por ejemplo la guerra de Malvinas, porque Roberto es un ex combatiente y esa participación fue el detonante para que su vida sea lo que es y él sea como es. Una persona no pasa por un hecho como ese gratuitamente y no sólo la persona, sino también el entorno cercano se ve afectado como en un dominó.
La historia de este chico chino y del personaje de  Darín, se entrecruzan por un destino que aunque parece caótico, resulta tener su propia lógica.


Los Marziano de Ana Katz

Guillermo Francella es Juan, un cincuentón de apariencia feliz y despreocupada que se moviliza en una scooter y vive una vida sencilla en Misiones. Arturo Puig es su hermano Luis, que vive con su esposa en un country de Buenos Aires, que maneja las cuentas en dólares, y pasa gran parte de su tiempo jugando al golf. Juan un día se topa con un cartel en la ruta y nota que no lo puede leer, no distingue lo que las letras dicen en su conjunto por más que lo intente. Mientras tanto Luis, se cae en un pozo de toda una serie de pozos que alguien ha cavado por doquier en la cancha de golf. Así es como arranca la trama, Luis se obsesiona por encontrar al responsable de los pozos y Juan se toma un colectivo para ir a Buenos Aires porque debe hacerse ver por médicos especialistas. Los hermanos no se hablan, están distanciados más allá de la distancia desde hace años, y ahora estas dos líneas paralelas que no se tocan en ningún punto, deben unirse de alguna manera.

Esa fue un poco la sinopsis de cada una de las películas, y la razón por la cual decidí hablar de ambas juntas, es porque busco destacar que las dos tienen un eje narrativo que las sostiene magistralmente. Porque el guión está pulido y afinado, los personajes están construidos con destreza y tienen bases auténticas en una realidad cotidiana y sencilla reflejada con naturalidad. Y es que cualquier reacción del espectador, ya sea risa o emoción, está provocada por esa sustancia que emerge por sí sola de una historia bien contada, por el desarrollo sostenido las situaciones, y por la gracia e inteligencia del diálogo.

Más allá de recomendarles una película, los estoy instando a ir al cine a ver la maestría de dos directores nacionales, Ana katz y Sebastián Borensztein. 

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