Cierra bien las puertas y ventanas, mantente alerta y sobre todo... no atiendas el teléfono.
El cine de terror tiene la virtud de ser como una montaña rusa que en su recorrido puede perturbarnos, asombrarnos y por supuesto aterrorizarnos, con el alivio posterior de saber que es sólo una película. Pero esa adrenalina que nos absorbe durante el film, muchas veces (cuando la película es buena) permanece latente y nos estremece hasta los límites que sólo nuestra imaginación puede establecer.
Hoy está en nuestras salas la última película de la saga de Scream de Wes Craven (responsable también de Freddy Krueger), y para acercarnos mejor a esta película lo ideal sería empezar por el principio…
Todo comenzó allá por 1978 con Halloween de John Carpenter, el que según cuenta en un documental de Mark Gattis (A History of Horror) se inspiró en las calles de Pasadena, California por el paisaje despejado de jardines bien cuidados, casas bonitas y ese ambiente que recuerda el ideal de clase media americana. Carpenter vivió su infancia en un pueblo pequeño de Kentucky, donde las calles estaban desiertas la mayor parte del tiempo, nadie salía de sus casas y esta sensación de desolación en una especie de pueblo fantasma, podía ser de lo más inquietante para una mente imaginativa. En medio de esa quietud, cualquiera podría estar acechando, vigilando, detrás de cada sombra, de cada arbusto, de cada pared.
La esencia del terror de Halloween es que Michael Myers (el asesino) es una entidad y no tanto un ser humano. Éste personaje que en su niñez parece haber entrado en un estado catatónico y no se inmuta con nada, refiere a una carcasa de piel y huesos que esconde un núcleo de oscuridad y maldad que no podemos llegar a comprender. Michael Myers es la síntesis fría del terror más intrínseco y esencial, así como lo vemos y en la simplicidad de la explicación que se da sobre él en la película, representa un mal primitivo, absoluto e impenetrable. No sabemos qué es lo que lo motiva, está totalmente deshumanizado, con lo cual es sólo una “cosa” imparable que ostenta una cuchilla y una máscara. Esta idea, que evade explicaciones, es lo que genera la fuerza perturbadora de la historia, eso y la omnipresencia del personaje, que siempre está cerca, acechando y convirtiendo un vecindario tranquilo y corriente, en un escenario terrorífico.

Entre 1978 y la actualidad se han realizado toneladas de slasher movies (películas donde hay un asesino que acuchilla a sus víctimas), y es que Halloween abrió una puerta por la cual varios directores entraron con mucho gore y poca astucia.

Scream 4 retoma donde dejaron las anteriores y vuelve al escenario de la original, así como también por supuesto a los personajes, y es más que nunca una parodia de sí misma al ser la cuarta de la saga.
El comienzo de la película es uno de sus mejores momentos, del cual no diré nada porque la sorpresa es un efecto importante. De allí en adelante se construirá el misterio a partir del cual nos la pasaremos tratando de identificar al asesino.
Como siempre, habrá mucha idiotez general por parte de los personajes, que siendo incautos hasta la médula, entrarán a todos los lugares que no deben, harán todo lo que no tienen que hacer y se distraerán con nimiedades en los momentos menos apropiados. Lo cual exaspera un poco al espectador pero por esa misma razón divierte y tensiona.

Así es que si disfrutaron las anteriores y son amantes del género, vayan entregados (no como los personajes), y con la idea de pasar un buen rato de cuasi nostalgia de terrores pasados.